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Bosques Digitales

Muchos son los motivos para que nuestro primer movimiento desde el Área de Agroecología de la Fundación Canarina haya sido el de sembrar un bosque productivo. Primer movimiento que será infinito y que proporcionará el espacio y el tiempo para los siguientes movimientos, que surgirán del propio bosque y sus enseñanzas.

En nuestra época actual, surgen como motivos claros para la creación de un bosque, las necesidades tanto ambientales como sociales. Por un lado, la regeneración de la biodiversidad como necesidad básica para contrarrestar los impactos de la degradación que hemos generado con nuestros modos de vida y consumo. Por otro, aprovechar dicha biodiversidad para poder, a su vez, generar alimento de un modo más saludable, tanto para nosotros/as como para el resto de ecosistemas, donde la producción sea local, regenerativa, y que además permita a las comunidades volver a tener soberanía sobre sus territorios y sus medios de producción y distribución.

En definitiva, ambas necesidades responden a volver a traer la vida a aquello que ha sido arrebatado, colonizado y expoliado, a favor de la maquinaria destructora que ha demostrado ser el sistema capitalista en el que estamos inmersos.

Estos motivos se han repetido y compartido en muchas propuestas de bosques comestibles, aunque algunas se han centrado mucho más en las necesidades ambientales que las sociales, especialmente desde que “el desarrollo sostenible” se haya convertido en la bandera que justifica seguir en esa carrera hacía un desarrollo del sistema capitalista, y donde justificarlo solo va a ser posible haciendo acciones puntuales localizadas, donde los dueños del bosque serán empresas e instituciones.

Parece que ya no es posible decir que las necesidades ambientales no lo son, y los bosques comestibles corren el riesgo de ser una foto bonita que permitan a algunos seguir alimentando a la maquinaria, más que a los ecosistemas y a las personas. De las necesidades sociales se habla, aunque menos, tanto porque algunos sectores “ambientalistas” niegan al ser humano la necesidad de regeneración, por considerar que somos el problema, como por los “especuladores” que ven en los bosques un modo de seguir generando beneficio económico. Los bosques parecen ahora ser una moda en la que están interesados los acomodados para justificar sus modos de vida, y donde el campesinado y sus derechos quedan muy lejos, no teniendo el tiempo, ni el espacio, ni la voz, ni los recursos.

De las necesidades ambientales y sociales podríamos hablar mucho más, aunque quiero centrarme en una necesidad mucho menos compartida y sobre la que creo que es importante reflexionar. El bosque responde a otra necesidad arrebatada y expoliada por nuestro estilo de vida moderno, y es la necesidad psicológica de formar parte de la vida, de sus ritmos, sus ciclos, sus tiempos y sus procesos. Espero que reflexionar sobre dicha necesidad nos permita indagar sobre el por qué nos es tan difícil atender las necesidades ambientales y sociales.

Lo que hace al ser humano, es nuestra capacidad para crear historias que nos dan continuidad más allá de nuestro instinto. La cultura es aquello que se sostiene a través de las historias, y éstas, nos dan un sentido de pertenencia e identidad. Ya no es nuestro nicho ecológico el que define nuestro lugar, sino más bien los relatos y discursos sociales que moldean nuestro entorno y que nos permiten construir significados sobre aquello que es real.

Una historia que describe al ser humano entendiendo que ha evolucionado y progresado como una especie superior, donde los avances son medidos en criterios de comodidad y adquisición de bienes, moldea nuestra percepción y orienta nuestras acciones en relación al mundo que nos rodea.

Ante esto, me surgen las siguientes preguntas: ¿Cómo se han construido las historias? ¿Y las relaciones de poder en dichas historias? ¿Qué otras historias tendríamos que construir para acercarnos de nuevo al equilibrio con los ecosistemas? ¿Es posible recuperar nuestro nicho ecológico siendo inevitablemente cultura?

Las preguntas anteriores podrían abrir múltiples debates filosóficos, éticos, antropológicos e históricos, aunque me gustaría continuar haciendo referencia más bien a las historias que sostienen a nuestra cultura actual, y cómo ante esto, la necesidad del bosque surge como propuesta.

La modernidad actual se construye ante ciertos hechos que han surgido de las historias, pero que a su vez han contribuido a retroalimentar nuevas historias. Con ello, quiero referirme a tres aspectos fundamentales: la Industrialización, el Capitalismo Neoliberal y la Era Digital. No analizaré las historias que han llevado a dichos hechos, aunque sí me gustaría sacar ciertas conclusiones sobre los discursos que han sido creados a partir de ellos.

La industrialización ha generado un modelo de sociedad y de relación con el medio ambiente que ha potenciado drásticamente la explotación, tanto de las personas como de los recursos naturales. Un modelo de fábrica, donde los medios de producción se han globalizado en manos de multinacionales y de estados, ha expropiado a las personas de su capacidad de autogestión, sometiéndolas a cuerpos dóciles, como diría Michel Foucault, sacrificando todo su tiempo y su vida como fuerza de trabajo.

El supuesto desarrollo que ha proporcionado, ha dado lugar a un crecimiento exponencial de la población, y a su vez a una mayor desigualdad y pobreza. La contaminación, la reducción de la biodiversidad, el éxodo de la población rural a grandes ciudades masificadas y el surgimiento de una industria alimentaria que solo ha generado degradación de los territorios y de las comunidades, es bien sabido por todos/as. El sistema capitalista ha crecido de la mano de la industrialización, y una ciencia basada en criterios puramente mecanicistas, ha validado sus acciones, acrecentando un relato desde la especialización, que justificase su fracaso en términos de progreso.

El modelo neoliberal no es más que un reajuste del capitalismo a los movimientos sociales, en general, de una clase media acomodada, que demandaba mayor libertad de autorrealización y decisión sobre cómo quería vivir. El neoliberalismo surge con un discurso nuevo, pasando de un modelo de fábrica homogeneizante, a un modelo basado en la libertad de construirte como persona libremente.

El enfoque sigue una lógica de empresa, donde somos las personas las que tenemos la obligación individual de triunfar, de crear una imagen y una marca propia, construyendo dicha empresa a través del consumo. Eres el coche que conduces, los viajes que haces y la cantidad de amigos/as que tienes. Nosotros/as mismos/as nos explotamos sin la necesidad de formar parte de una fábrica donde nacemos y morimos.

Es la inestabilidad la que nos mueve frenéticamente hacia un progreso personal sin fin para lograr la ansiada autorrealización. La felicidad es el objetivo, lograrlo es imposible y mostrarlo una necesidad, para no sentirnos fracasados.

La era digital ha crecido y se ha desarrollado de la mano de las políticas neoliberales, sirviendo como mecanismo de las mismas, para generar un tipo de ciudadano alienado en la supuesta libertad. Lo digital ha moldeado nuestras maneras de relacionarnos, y por lo tanto, ha construido nuestra identidad, de un modo tan rápido y actual que aún nos es difícil poder percibir sus consecuencias. Aun así, parece claro que ha supuesto dentro del marco de las políticas neoliberales, una nueva expoliación y sometimiento a aspectos esenciales para el desarrollo de la vida.

Volviendo a la idea del ser humano como especie que se da sentido a través de las historias, nos encontramos en una era donde el tiempo no permite la continuidad de las historias. Son nuestros logros inmediatos los que nos definen, dejando de existir un nexo de pertenencia a algo mayor, ya no solo a la naturaleza en sí, que hace tiempo que se perdió, pero tampoco a la comunidad.

Ya prácticamente no hay clan ni manada, tampoco intimidad, las relaciones son de consumo y solo son útiles en la medida que sigan respondiendo a mi triunfo como empresa. También se ha perdido el nexo entre las generaciones, siendo el pasado familiar algo que no es reconocido y dejando poco lugar a una sensación de proyección hacia el futuro.

La cultura del “me gusta” y del “selfie”, donde existimos solo si lo hacemos en el mundo virtual, ha creado un tiempo acelerado, donde no puedes dejar de estar y de mostrar, si quieres ser. El tiempo, el proceso, la reflexión, el diálogo y la profundización en las ideas, han dejado de existir. Incluso los/as que mantenemos viva la esperanza de cambiar las cosas, hemos entrado en tal locura, que hemos llegado a creer que vamos a dar con soluciones para mejorar el mundo y nuestra vida, consumiendo y compartiendo vídeos de “influencers” con recetas instantáneas.

Ya no es tan importante el cambio en sí, lo realmente importante es responder a la imagen superficial que nos hemos creado, donde incluso los/as que se identifican con lo alternativo o lo progresista, lo hacen desde la necesidad de mostrar continuamente cómo se desarrollan, se manifiestan, se posicionan o incluso se iluminan. De hecho, en el fondo, cambiar acaba siendo algo a evitar, puesto que supondría sacrificar y renunciar a dicha imagen.

Este escaparate virtual se convierte en el mundo, donde la construcción cultural de las ideas que sostienen los significados de lo que es real, acaban estando aún más lejos de la vida natural. Nuestra identidad acaba teniendo muy poco sustento ante dicha fragmentación de la realidad, dependiendo en exceso de la imagen y el reconocimiento inmediato, siendo muy fácil desintegrarse si se falla ante dicho escaparate.

En todo momento estamos expuestos, siempre vigilados, cumpliendo a la vez nuestro rol de vigilante. El castigo es la lapidación digital, y nuestras heridas el derrumbamiento de nuestra identidad. Además de todo ello, existe un negocio con respecto a nuestra imagen, convirtiéndonos en productos y algoritmos que se lo ponen aún más fácil a los poderes para el desarrollo de tecnologías destinadas al gobierno de la vida de las personas.

Una carrera tan veloz y exigente, donde el chequeo compulsivo del éxito o fracaso consume toda nuestra atención, produce un estado de ansiedad continua. La ansiedad es el síntoma individual de la falta de continuidad, de seguridad y de presencia, a la que nos llevan los discursos neoliberales en nuestra era digital. Un estado de alerta constante ante la posibilidad de fracaso y ante la necesidad continua del reconocimiento del éxito.

La depresión, otro síntoma psicológico individual de nuestra era, responde a la perdida de sentido ante la vida. El sentido depende solo de los éxitos inmediatos, encontrando dificultades para proyectarnos a un futuro desde los fracasos inevitables que hemos tenido, auto culpabilizándonos por no haber sido lo suficientemente capaces e identificándonos con dicho fracaso. Otro tema sería adentrarnos en cómo la psiquiatría dominante ha ejercido un poder favorecedor del mantenimiento del sistema, patologizando y tratando solo farmacológicamente dichos síntomas, que no son fallos neuroquímicos, sino más bien respuestas adaptativas a dicho sistema, que es el realmente enfermo.

No pretendo juzgar al que participa en el mundo digital, no es el individuo el responsable, puesto que nuestra necesidad básica es seguir formando parte del mundo y no participar supone quedarse fuera del mismo. Aún así, quiero plantear lo que entiendo que genera en nuestros modos de relación, y por lo tanto, en nuestro percibir. Es una observación que me lleva a tratar de ver en qué medida puedo dejar de participar, o por lo menos, qué otras relaciones puedo generar para contrarrestar los efectos inevitables que la era digital me impone.

Contrarrestar los efectos es una cuestión de “aterrizar”. Volver de lo digital, de la nube, y de la velocidad desorbitada, para pisar la tierra, echando raíces y reconstruyendo la realidad desde la observación de la vida natural. Aquí es donde surge la Agroecología como campo de acción y donde el bosque puede convertirse en el maestro sanador.

El bosque ya no solo respondería a fines ambientales y de soberanía alimentaria, que obviamente también, sino que sería el espacio para volver a la vida, a sus ciclos y sus relaciones. Si solo entendemos el bosque como una reducción de nuestra huella de carbono o como una posibilidad de generar alimento saludable, sin cambiar nuestros modos de percibir, caeremos en no cambiar lo realmente necesario.

El bosque sería un lugar de resistencia y oposición a los efectos de la era moderna neoliberal y digital, y además, sería el espacio creativo para volver a descubrir lo esencial de la vida. Si cambiamos nuestro vínculo con la tierra y el sentido de nuestra vida en relación con ella, las mejoras ambientales y sociales serán un efecto inevitable.

En el bosque todo nace y muere, las relaciones son infinitas y la interdependencia se hace visible, el tiempo vuelve a existir desde una visión cíclica, nos obliga a parar, a observar y a estar. El ser, nuestra identidad, recupera otros sentidos más conectados con la vida natural, donde las exigencias, los miedos y la imagen, se difuminan en la aceptación, la presencia y la calma. El bosque no te permite correr, y te lleva a derribar y deconstruir los significados impuestos por un sistema que promueve lo contrario. El proceso sustituye al resultado y el cambio continuo al éxito inmediato.

La regeneración de la tierra a través del cultivo del bosque, supone para nosotros/as todo ello, y tenemos el firme convencimiento de que, si no nos dejamos arrastrar por nuevas exigencias, cayendo en la digitalización de nuestro bosque, priorizando su imagen y sus resultados para recibir ese reconocimiento inmediato, su espacio y sus tiempos serán también regeneradores del alma humana.

Seremos bosque si escuchamos sus enseñanzas, si somos capaces de pensar como él, y para ello tendremos que soltar nuestras certezas y observar, dándonos el tiempo para ello. Solo espero con mi reflexión, haber sembrado alguna idea útil para las personas que se hayan dado el tiempo de leer, que ya es mucho, en estos tiempos que vuelan.

Xavier Lobo Read

Jefe del Área de Agroecología

Fundación para la Naturaleza y el Medio Ambiente Canarina

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